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Relizada por el reconocido internacionalmente critico de arte Peran Erminy para la exposición "Reciclarte", retrospectiva individual del artista en la semana de reciclaje de la Universidad "Simón Bolívar"

Intemporalidad de lo permanente

             Por fortuna, estos ensamblajes escultóricos tienen una presencia física tan recia y poderosa y se expresan con tanta vitalidad, que no hace falta escribirles un manual de instrucciones para aprender a apreciarlas. Ellas se saben dar a entender muy bien sin la ayuda de nadie.

            Pero no está demás advertir que no son obras conscientes. No son propiamente esculturas, en el sentido común del término, en el que se articulan volúmenes y vacíos en combinaciones ingeniosas y atractivas. No son obras realistas, ni representativas, ni descriptivas, ni abstractas, ni conceptuales, ni corresponden a ninguno de estos movimientos o tendencias más o menos avanzadas.

             Éstas de Jesús Alberto son simbólicas, pero de símbolos insondables y oscuros. Porque el lector dirá que todas las nombradas o casi todas son también simbólicas.

En verdad, esa palabra se inflacionó y ahora el símbolo es lo que ocupa el lugar de otra cosa y la representa. Los estructuralistas extendieron el significado que los lingüistas le dieron al símbolo y ahora lo aplican a todo. Ese es el primer nivel de los símbolos. Con ese mismo término se pueden referir otras cosas muy diversas, hasta llegar a ese último símbolo, el más profundo, que no representa nada y que no puede ser codificado ni tampoco descifrado, ni descrito, porque permanece velado y enigmático. Además, lo simbolizado es siempre inconsciente. Los símbolos están en el centro de la vida anímica, constituyen la clave de los secretos del inconsciente y de lo onírico.

             Al comenzar estas líneas decíamos, enredadamente, que “por fortuna” estos ensamblajes no necesitan intérpretes. No es por fortuna, sino gracias al talento, la sensibilidad y la intuición de Jesús Alberto Erminy, quien posee la facultad de conectarse de inmediato con su inconsciente y de mantener con él una comunicación permanente a través de su sensibilidad y de su intuición. Esa facultad la ha aprendido a manejar a voluntad. Antes operaba de un modo espontáneo y ahora es voluntaria y más compleja.

En sus obras anteriores solía manifestarse el choque violento entre sus dos componentes, uno de los cuales, el básico, mantiene su presencia. Consiste en una roca, un gran bloque de madera antigua, un resto de máquina corroída, o un vestigio de ruina o de naufragio. El otro componente, en contraste absoluto con la cruda brutalidad del anterior, era algún elemento muy fino, delicado y frágil.

Con la solidez de su base corpulenta se expresa la intemporalidad de lo permanente e inmutable, y se asoma la impresión de la eternidad. Así se evoca la antigua oposición china entre la roca y la cascada, “ y la roca de Israel”, o la del desierto de Moisés, o la de Sísifo, sin ser ninguna de ellas. El otro elemento sugiere la ilusionada presencia de lo espiritual y lo humano.

             En las obras actuales la intemporalidad de lo ilimitado y eterno sigue presente, pero se antagoniza con varios otros tipos de contrarios y en distintos niveles o áreas de operatividad y de comprensión. Otro componente que se mantiene como materia fundamental en estas obras es lo onírico, lo que se expresa en los sueños, como fuente y vehículo de la inspiración que las anima. Es también lo propio del contenido expresivo y vectorial del símbolo.

La intuición de Jesús Alberto es tan intempestiva y espontánea que él mismo no llega a percibir todo lo que encubren las oscuridades en las que sus obras se desenvuelven con tanta soltura.

Para entrar en sintonía con estas esculturas y poder dialogar en propiedad con ellas, es preciso, sin que la palabra implique ninguna precisión, dejarse llevar por la fuerza centrípeta de su poder de fascinación. Para ello, como aconsejaba Gastón Bachelard, “hay que saber soñar sobre los sueños”.

             En el sueño se manifiesta también la misma naturaleza compleja, afectiva y vectorial del símbolo. Y nos presenta la misma dificultad o imposibilidad de interpretación. El símbolo está constituido por la misma sustancia inmaterial de lo onírico.

Si Jesús Alberto Erminy opera con esos materiales simbólicos que encuentra en la naturaleza, es porque de ese modo “la naturaleza sueña en él, sueña dentro de él, o a través de él”, como decía Raymond de Becker. “Cada símbolo, según Adler, tiende a hacer real una finalidad imposible”. “Los símbolos, como decía Rzaca Ratzimamanga, lo preparan a uno para vivir en la irrealidad”. Lo cual ha de ser útil en la Venezuela que se nos viene encima. En este sentido cabe citar a Antonín Artaud cuando sentenciaba: “Los símbolos son como el preludio de una vida que se va”.

No hay que olvidar que los símbolos vienen cargados de una energía psíquica sumamente poderosa. No habría que descartar que pudieran provocar una ruptura del sentido de la realidad.

 

                                                                                     Peran Erminy

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